A vueltas con el turismo rural.

Reflexiones y más......

Agroturismo Goiena
A mi me gusta el turismo rural. Me gusta ahora, que está de moda, o como se dice hoy en día, que es tendencia. Pero también me gustaba cuando eso de ir al pueblo no estaba tan bien mirado. Eso sí, no se vayan a confundir. También soy ferviente partidario del turismo de sol y playa, y del cultural, y del gastronómico...., en definitiva, de viajar conociendo lugares y gentes, de vivir experiencias nuevas y de ser tratado a cuerpo de rey, aunque como no lo soy, ni tampoco tengo demasiado dinero, aspiro a todos esos placeres al menor precio posible. Vamos, que soy un ciudadano de lo más común, pues al común de los ciudadanos les gusta, como a mi, el turismo rural, y todas estas otras cosas.


En mis muchas idas y venidas por la Península Ibérica he practicado, y seguiré practicando, eso del turismo rural. España, más allá de los centros urbanos en los que le ha dado por aglomerarse a la gente para vivir, está llena de pequeños pueblos y minúsculas aldeas en los que la sensación de paz es un lujo cada vez más necesario. Esta tranquilidad es, aunque no el único, el mejor patrimonio de este sector turístico. El regreso a la tierra, con sus sabores y olores, pero sin perder de vista las comodidades logradas por nuestra sociedad del bienestar, es lo que he encontrado en muchas de mis escapadas rurales. Por eso me gusta el turismo rural.

Ahora bien, bajo esta etiqueta se acogen tantas posibilidades, y tan diferentes unas de otras, que resulta complicado establecer unas líneas nítidas que lo definan con exactitud, y mucho menos el perfil del cliente al que debe enfocarse. Mis experiencias han sido tan diferentes que han ido desde alojarme en el palacio Viejo de las Corchuelas, en el corazón del Parque Nacional de Monfragüe, a dormir en un agroturismo en la comarca de Uribe, a escasos kilómetros de Bilbao.
Detalle de Piascas, en la comarca de Liébana.
La compañía que he tenido cuando he sido usuario del turismo rural también ha sido variada, y siempre ha encajado muy bien. Con la familia, por ejemplo, he disfrutado del trato de un hotel familiar -el Infantado de Ojedo- en la comarca de Liébana, Con los amigos, entre otras, viví una escapada rural en plena Mancha, para más señas en El Toboso, con barbacoa incluida, en casa rural El Huerto de Dulcinea. Algo más multitudinario fue cuando asistí al encuentro de blogueros de viajes en el sur de Ávila -el TBMGredos- y me alojé en el C.T.R La Dehesilla de Barajas, junto a Navarredonda de Gredos.

Solo o acompañado y alejado del mundanal ruido o próximo a una gran ciudad, no son, ni mucho menos, la únicas alternativas que ofrece el turismo rural. He disfrutado de placeres sibaritas, con spa incluido, en el Hotel Monumento Monasterio de Piedra, junto a las cascadas por las que las aguas del río Piedra se despeñan en este rincón aragonés. En el lado opuesto he pernoctado en una granja charra con una ganadería brava, y otros animales, como compañeros de noche. Fue en la casa rural la Torrecilla del Río.

Otro detalle sobre el que se puede escribir mucho es sobre las atenciones que se prestan al cliente. En este sentido la variedad vuelve a ser el denominador común. Mis experiencias, de nuevo, se mueven en los extremos. Sirvan de ejemplo dos casos. En la casa La Hacendera, de Valdevarnés, junto a Maderuelo, la atención consistió en entregarnos la llave al llegar y recogerla al marcharnos. En cambio en Tamajón, en la Casa Rural Las Trojes, Tere, su propietaria, se desvivió preparándonos una cena y un desayuno soberbios. 

Toda una miscelánea de casas rurales, apartamentos, centros de turismo rural, posadas, cabañas.... añaden más disparidad, si cabe, en esto del turismo rural. Una disparidad que no es sino un encanto más, incluso una seña de identidad, de un sector que intenta hacerse con una parte del pastel del que el turismo de sol y playa es el que mejor porción se lleva.
Caballo en la Casa Rural la Torrecilla del Río, Salamanca.
También es cierto que en mis correrías rurales he vivido experiencias decepcionantes. En este caso diré el pecado, pero no el pecador, no sea que, como dicen en las facultades de Ciencias de la Información (lo importante es que hablen de uno, sea bien o mal), les haga una publicidad inmerecida. Así pues, diré que en este afán de apuntarse a la moda del turismo rural, se han etiquetado como tal alojamientos que no lo son. Megacomplejos en antítesis con su entorno, edificios fuera de lugar, decoraciones que parecen escaparates del Ikea, atropellos a la naturaleza por aquellos que más deberían cuidarla, falta de profesionalidad o simplemente profesionales que odian el turismo son algunos ejemplos. Pero quizá, aun siendo graves los inconvenientes señalados, el peor de todos es el intrusismo de muchos establecimientos rurales que, sin serlo legalmente, se venden como tal. El perjuicio que estos intrusos ejercen no es solo sobre el sector, sino sobre toda la economía.

Mucho más podríamos escribir sobre este tema, pero es hora de ir terminando este artículo. Hay que preparar la mochila, pues mañana me espera una cabaña en Las Hurdes. Ya sabéis que, como dije al principio, a mi me gusta el turismo rural.