Unos viajeros a los que no se tiene en cuenta cuando se habla de turismo.
Que el fútbol es mucho más que un deporte es algo que ya nadie discute. Es un enorme negocio en el que sus empresas, los clubes deportivos y las federaciones nacionales y regionales, manejan cantidades ingentes de dinero. Las retransmisiones televisivas de los encuentros más importantes se convierten, año tras año, en los programas de mayor audiencia. Pero también, aunque sea el aspecto al que menos importancia se le da, provocan desplazamientos de grandes masas de aficionados desde unas ciudades a otras. A estas personas que siguen con gran fidelidad los colores de su equipo nadie les llama turistas. Pero su comportamiento, más allá de su diferente motivación, es muy similar a la de los turistas tradicionales. O, por lo menos, tienen muchos elementos en común.
Este fenómeno de los turistas futboleros se ha globalizado de tal modo que pueden hallarse ejemplos a nivel internacional, nacional e incluso regional. Aun con todo, es en las grandes competiciones internacionales, como el mundial organizado por la FIFA y el europeo organizado por la UEFA, donde esta actividad tiene mayor relevancia. La razón es sencilla. Una mayor distancia de los desplazamientos y un desproporcionado número de aficionados viajando de un lado para otro. Sucede además que estos campeonatos se suelen celebrar entre junio y julio, que son meses muy proclives para los viajes.
También resultan extraordinarios los desplazamientos de varios miles de aficionados cada vez que se disputa alguno de los encuentros internacionales de clubes organizados por la UEFA. Especial interés tienen los correspondientes a la Europa Champions League. Basta darse una vuelta por el centro histórico de cualquier ciudad en la que por la tarde se disputa un partido de Champions para comprobarlo.
En el ámbito doméstico la situación no es muy diferente. Tal es así que no hay estadio en el que no se haya reservado un sector de las gradas para que lo ocupe la afición visitante. Incluso una parte nada despreciable de los simpatizantes del equipo local proceden de las provincias limítrofes. Junto a los estadios de los grandes equipos siempre hay un área reservada para los autocares de las peñas procedentes de diferentes lugares de la geografía española.
Y todos estos fanáticos del fútbol, ¿qué hacen cuando se trasladan a otra ciudad a ver un partido hasta el arranque del mismo? Pues beben en bares, comen en restaurantes, se alojan en hoteles, visitan los sitios más atractivos de la ciudad, especialmente sus plazas y centros históricos, y compran recuerdos en las tiendas de souvenirs. O sea, lo que hacen todos los turistas.
El lado negativo de todo ello es que entre estas masas siempre se desplazan individuos radicales que, a la postre, se sitúan en el foco de los objetivos de los medios de comunicación. Quien se mantenga al margen del fútbol y vea estas situaciones desde la distancia que ofrecen las pantallas de televisión, obtendrá una visión sesgada. Ahora bien, desde el sector de la hostelería, están deseando que en sus ciudades coincidan estos eventos. Cada vez que se celebra unos de estos partidos, bares, restaurantes, hoteles..., especialmente los mejor ubicados, hacen el agosto. La violencia de algunos exaltados es un peaje a pagar, pero que no se debe admitir. Por ello, tanto desde las administraciones, como desde los mismos clubes, debe trabajarse para que sea erradicada.
Aunque los números que maneja el fútbol eclipsan a otros deportes, sería injusto no dedicarles la atención que se merecen. Sirva de ejemplo la final a cuatro de la copa de rey que provoca un desplazamiento multitudinario de amantes del deporte de la canasta a la ciudad en la que cada año se celebra este deporte. Incluso otros deportes más minoritarios como puede ser el balonmano, cuyo protagonismos ha crecido en pequeñas ciudades, también ha generados grupos de aficionados que se desplazan tras la estala de su equipo. Peros en estos casos, comparándolos con los del fútbol, la repercusión es mucho más discreta.