A la sombra de la majestuosidad de la Catedral y de la pomposidad de San Marcos, la ciudad de León posee una pequeña joya que es un monumento único del románico: San Isidoro de León. Una joya histórica y arquitectónica que es suficiente argumento para decidir organizar una visita la ciudad.
La Real Colegiata de San Isidoro de León es, junto a la Catedral, el Hostal de San Marcos y la Casa de los Botines, una de las visitas obligadas de la ciudad. En su interior el visitante puede admirar unas magníficas pinturas murales que han recibido el sobrenombre de Capilla Xistina del Románico. Además se puede contemplar un extraordinario Cáliz al que algunos no dudan en considerar como el Santo Grial.
Los orígenes de la Colegiata de San Isidoro se remontan al siglo X cuando se construyó una iglesia dedicada a San Juan Bautista en el mismo espacio en el que antes hubo un templo romano dedicado al Dios Mercurio. Junto a la iglesia se levantó un monasterio en el que reposaron los restos de san Pelayo. Tras diversas vicisitudes acaecidas durante la Reconquista un reconstruido templo sustituyó las ruinas del anterior. Tras la caída de la ciudad de Sevilla a manos cristianas, se trajeron hasta este templo las reliquias de San Isidoro, lo que dio lugar al cambio de advocación. Estas reliquias atrajeron peregrinos, aumentó la riqueza e hizo que el templo se convirtiera en panteón de los reyes leoneses.
Todo ello dio lugar a que los diferentes monarcas del reino de León fijaran en ella su mirada y contribuyeran con sus decisiones y donaciones a aumentar la riqueza del templo. Una de esas decisiones fue la de ornamentar con unas magníficas pinturas murales el Panteon de Reyes. Unas pinturas que han sobrevivido, y de qué manera, al paso del tiempo. Hoy día se pueden observar con casi tanta calidad como tuvieron en sus orígenes. Son de tanta calidad y están tan bien conservadas que muchos expertos han catalogado estas pinturas como la Capilla Xistina del Románico.
El otro gran tesoro que conserva este templo es el Cáliz de Doña Urraca cuya documentación atestigua los pasos seguidos a lo largo de los años por la joya desde el siglo IV. Tal es así que algunos historiadores no dudan en afirmar que ésta, y no otra, fue la copa con la que Jesús celebró la última cena junto a los apóstoles.
El edificio actual ha sufrido a lo largo de los siglos varias ampliaciones, por lo se pueden apreciar varios estilo en el conjunto. Románico es buena parte del templo así como una de sus portadas. La cabecera de la iglesia ya es gótica y en los claustros interiores del monasterio se pueden apreciarse en algunas partes las trazas renacentistas. Pese a todo ello, la relevancia del templo se debe, sobre todo, por sus elementos románicos.
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