Una mala praxis de algunos restaurantes
Muchos son los que han descrito a España como el país de la picaresca y no solo porque uno de los géneros literarios más afamados sea el de la novela picaresca. Más todavía, quienes así piensan, afirman que dicho género literario solo pudo cultivarse en una tierra que, como la nuestra, convierten las artimañas de los pícaros en todo un arte. El sector del turismo concentra el caldo de cultivo para que estos personajes desarrollen en él todas sus pericias y, por desgracia, no desaprovechan la oportunidad.
De todos es sabido que los restaurantes, especialmente los ubicados en las zonas turísticas, utilizan en ocasiones algunas prácticas no demasiado correctas. Uno de los casos más repetidos es el de servir y cobrar al cliente el pan sin que este lo haya pedido expresamente. Si no está incluido en el menú, y el comensal no lo pide, si se sirve, ha de suponerse que es una detalle de la casa, Pero ya sabemos que no siempre es así.
Otra práctica que cada vez está más extendida es la de ofrecer al comensal un plato fuera de carta. Los clientes, y especialmente los turistas, que ya saben como se las gastan algunos restaurantes, antes de sentarse en una mesa, leen detenidamente el menú y la carta en la que vienen indicados los precios. Así procuran entrar a un local que se acomode a su gusto y presupuesto, al tiempo que evitan llevarse sorpresas desagradables.
Estos comensales precavidos creen que lo tienen todo atado y bajo control, pero ahí surge el gen de la picaresca que ciertos empresarios y trabajadores del sector tienen muy arraigado. Cuando el camarero se acerca a tomar nota de lo que sus inocentes víctimas desean comer, ante la más mínima duda les sugiere, eso sí, con la mayor amabilidad del mundo, un suculento plato que tienen preparado especialmente ese día y que está fuera de carta.
Ante las bondades del plato ofertado y la solícita amabilidad y simpatía del camarero de turno, no hay forma posible de resistirse. Así pues, siempre hay algún ingenuo que, sin dudarlo, se tira de cabeza al pozo y se dispone a disfrutar de las delicias de ese magnífico plato que le han ofertado fuera de carta.
Es cierto que estos platos que se sirven fuera de carta suelen ser especiales por el género, la presentación o la preparación. Por lo tanto el comensal se siente afortunado por su elección mientras está saboreándolo. Ahora bien, por qué ese plato no está incluido en la carta junto a todos los demás que ofrece el restaurante en cuestión. Puede haber muchas razones, y posiblemente cualquiera de ellas sería perfectamente compresible. Pero también es cierto que cuando al final del ágape aparece la cuenta, casi siempre la sorpresa es mayúscula.
Sucede en la mayoría de los casos que el precio de ese suculento manjar que se encontraba fuera de carta también está fuera de lugar y es desproporcionadamente superior al resto de platos ofertados en la carta. En consecuencia hay que pensar que todo era una treta perfectamente organizada para encarecer la cuenta de la mesa. Es decir, una picaresca que deja en muy mal sitio a quienes así actúan. Estas malas artes las emplean especialmente con los turistas pues saben que en muy rara ocasión volverán a pasar por allí. Así pues, parece que el objetivo es sacarle todo el dinero que se pueda y adiós y muy buenas.
Más allá de los clichés y de los casos aislados, o quizá no tan aislados, la mayoría de los restaurantes trabajan con honestidad y son precisamente ellos quienes más indignados debieran mostrarse contra estas malas costumbres. La tendencia a la generalización es, por desgracia, inevitable. Se puede comprobar en muchísimos ámbitos de la sociedad. Por lo tanto, son esos restauradores honestos los que debieran levantar la voz contra estas prácticas, si no fraudulentas, sí, por lo menos, poco éticas. En caso contrario, la mala fama y la desconfianza de los clientes les salpicará a todos.