En el Parque Natural del Alto Tajo
El Parque Natural del Alto Tajo, cuya área protegida se halla principalmente en la provincia de Guadalajara, y que también incluye una pequeña porción de la de Cuenca, esconde rincones de gran belleza. Uno de esos rincones es el pueblo de Huertapelayo. Tomando un desvío en la CM-2015 el viajero recorre en sentido descendente una estrecha carretera que no parece conducir a ningún lugar. Pero tras atravesar por un túnel perforado en una roca se da de bruces con el pueblo de Huertapelayo.
Nada más cruzar el túnel, que recibe el nombre de Portillo de Huertapelayo, el viajero observador descubrirá una chorrera de agua que se despeña sutilmente en una profunda hondonada junto a la carretera. Es el anticipo de un lugar en el que la naturaleza se ha mostrado generosa y a la que el hombre, con tanto esfuerzo como cuidado, se ha sabido adaptar.
El caserío, enclavado en lo profundo de un estrecho valle por el que difícilmente se puede expandir, está muy cuidado. Sus pocos vecinos, casi todos ellos estacionales, se han esmerado con notable éxito en adecentar el exterior de sus moradas. Tal es así que, el corto paseo que permite su entramado urbano se convierte en una actividad sumamente agradable.
Igualmente agradable es el paseo de algo más de un kilómetro que, siguiendo el curso del arroyo que atraviesa la localidad, llega hasta el río Tajo, cuyo nacimiento no se halla demasiado lejos. A través de una estrecha senda flanqueada por una frondosa vegetación se accede a una playa natural que invita al baño de quienes no teman las frías aguas del que es el río más largo de la Península Ibérica. Es uno de esos rincones de los que hay que hablar en voz baja para que una afluencia masiva de turistas no rompa el hechizo que rodea al entorno.
Otra ruta imprescindible de este paraje es la que conduce hasta el puente de Tagüenza. La distancia aproximada es de unos tres kilómetros desde el centro de Huertapelayo. Siguiendo las señalizaciones del Camino Natural del Tajo por una pista forestal se llega hasta el cruce con el que se señaliza el sendero que se dirige hacia el monasterio de Buenafuente del Sistal. La pista se convierte a partir de ese cruce en un sendero en el que, tras descender hasta el profundo valle por el que discurren las aguas del río Tajo, el excursionista se topa con el Puente de Tagüenza.
Sin tratarse de un puente de dimensiones colosales, si sorprende el tamaño para las características del único sendero que lleva hasta él. El puente sirve para cruzar las profundas pozas que se forman por estos lares. Unas pozas que a buen seguro fueron testigos de más de un chapuzón de los gancheros que, durante años, trasladaban por el río las maderadas camino de Aranjuez. Una actividad que se rememora anualmente a través de la Fiesta de los Gancheros.
El Puente de Tagüenza se apoya a ambos lados del río sobre la roca viva. Una solución extraordinaria para los medios rudimentarios con los que posiblemente se levantó la infraestructura. En cualquier caso, la sensación que se siente es la de estar junto a una grandiosa obra levantada en medio de la nada.
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