Un curioso y desconocido lugar.
El convento de El Palancar es una joya arquitectónica de la que dicen que es el cenobio más pequeño del mundo. Basta con ver su claustro, cuya superficie no es superior a un metro cuadrado, o la diminuta celda de Fray Pedro de Alcántara para, si no se tiene la certeza de que se trata del monasterio más pequeño del mudo, al menos el viajero salga con la convicción de que se trata de uno de los más pequeños.
Es cierto que con las reformas posteriores se amplió el edificio construyéndose otros espacios entre los que destaca una nueva iglesia y un claustro mayor. En estas reformas se mantuvo la sobriedad que inspiraba la vida eremítica de los franciscanos. El edificio originario se conserva perfectamente, aunque envuelto por las construcciones posteriores, que también rezuman mucho encanto.
Cuando el viajero desprevenido recorra las pequeñas dependencias, su sorpresa será mayúscula. Durante la visita le llamará la atención el pequeño claustro de madera, la capillita decorada con las teselas de un cuidado mosaico, la cocina y el refectorio que hace las veces de sala capitular. Pero será la diminuta celda de Fray Pedro de Alcántara, situada en la parte inferior de la escalera, lo que más le sorprenderá. Parece complicado imaginar que el monje pudiese descansar en ese rincón en el que ni siquiera podía tumbarse.
Según se puede leer en una placa situada en el exterior, este paraje situado junto a la fuente de El Palancar fue donado para estos menesteres por Rodrigo de Chaves a Fray Pedro de Alcántara, Eso sucedió, según consta en la escritura de donación, el veintidós de mayo de 1557.
El recogimiento que inspira el interior del monasterio de El Palancar también se traslada al exterior. Unos cuidados jardines invitan al recogimiento y al silencio de los visitantes. El paisaje del entorno contribuye todavía más a recrear un ambiente de recogimiento.
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